Enrique ha pasado una mala noche. No ha pegado ojo pensando en la entrevista. Lleva varios días intranquilo. A saber qué demonios le pregunta el periodista. Lo curioso es que Enrique Calatayud tiene 96 años y ya debería darle igual ocho que ochenta. Pero él recibe cada día como un regalo. Por la mañana, cuando se despierta, Enrique hace un rápido chequeo mental, comprueba que está bien y entonces se lanza a por un nuevo día. Se asea, baja al supermercado, se prepara la comida y después se va clase. Sí, Enrique tiene 96 años, vive solo y va a la universidad cada día. Por las tardes sale de su casa, coge el autobús y acude a sus compromisos académicos.
Enrique Calatayud puede ser el estudiante de más edad de toda España. No debe haber muchos nonagenarios. En la Universitat de València, donde él estudia, no hay ningún otro. Sólo él. “Hay alguno de 80, pero de 90 ninguno”. Tampoco debe haber muchos, mayores o jóvenes, que acudan a las aulas con su entusiasmo, con sus ganas de aprender, con su necesidad vital, de la que se alimenta a diario, de estar con la gente, de hablar con los jóvenes, de echar tierra al agua para no quedarse aislado.