VALÈNCIA. Ladj Ly estrena este viernes Los indeseables, la segunda entrega de una trilogía sobre la situación social en las banlieu francesas. Con Los miserables, que denunciaba la violencia policial, entró por la puerta grande en el olimpo del cine de autor europeo. ¿Pero por qué exactamente? Sencillamente por dos cosas: primero, estar en el momento y en el lugar correcto. Tras el episodio de violencia policial racista de 2018 en los barrios populares parisinos, Ladj Ly pulsó que era un tema que importaba y que, desde El odio de Mathieu Kassovitz, no había una película mainstream que abordara un conflicto que seguía muy presente. Además, ya tenía las redes y la experiencia en esos barrios para no parecer una persona ajena que se quería aprovechar de la situación de vulnerabilidad.
Lo segunda clave de su éxito fue leer la necesidad de potencia visual que parece exigir el audiovisual en este momento, con una puesta en escena radicalmente estudiada para que todos los planos impactaran y funcionaran casi como un gran videoclip.
En Los indeseables sin duda no ha perdido el pulso sobre la puesta en escena, pero tal vez sí lo haya hecho en el planteamiento y en el guion. En esta ocasión, el director se centra en la violencia política. Tras la repentina muerte del alcalde de la ciudad, Pierre, un joven médico idealista, es nombrado para sustituirle. Pretende continuar la política de su predecesor, que soñaba con rehabilitar un barrio obrero. Pero rehabilitar pasa, precisamente, por imponer en un barrio una vida que sus habitantes no quieren. Y la alternativa es echarles a la fuerza.
La política, como decíamos, pero también la vivienda y la policía (siempre la policía) son identificados como los grandes enemigos de la clase obrera migrante. A partir de esa buena intención, el problema de Los indeseables es que subraya tanto todo el rato, que genera una película de trincheras con personajes tremendamente planos. No solo eso, con la necesidad de que se crucen la vida de los personajes pero también con la distancia natural entre la clase política y la población vulnerable, se acaba generando una artificialidad en la historia que acaba generando una sensación más verdadera que la realidad: parece que Ladj Ly sea un director ajena, cuando sabemos que no lo es.
Estos problemas no permiten salvar las imágenes de la película, que acaba siendo una excelente película para explicar los problemas y las tendencias audiovisuales populares contemporáneas, pero no para hacer avanzar nada. Tal vez ese sea el gran pero de la película, que pulsa el presente pero no hace resonar nada en el futuro.
Es 1982 en España, y mientras los simpatizantes del PSOE celebran la primera mayoría absoluta de Felipe González como si se tratara de un Mundial de Fútbol, una madre y su hija intentan llegar en taxi al Patronato de la Mujer. Lucía, la joven, está embarazada y la solución es internarla junto a otras jóvenes.
Alumbramiento, la película de Pau Teixidor, explora, a través de Lucía, dos de los grandes dramas por lo que se podía pasar siendo una adolescente embarazada en aquella España que seguía siendo muy oscura: el nulo acceso a un tratamiento de interrupción voluntaria del embarazo y, en aquellos Patronatos, el drama de los bebés robados.
Dos temas sobre los que Teixidor propone hablar desde el prisma de las propias chicas y que hace con mucha sensibilidad. Y para saber cómo ha sido construir está película le hemos invitado a Última Fila.
Un apunte más, esta vez de una película pequeñita que llega a Filmin también este viernes. Se trata de Mámantula, de Ion de Sosa, y que sigue una estela extraordinaria de varias películas recientes que reivindican un misterio a medio camino entre la libertad absoluta en la puesta de escena y un manejo brillante del misterio creado precisamente por esa puesta en escena y no por los miedos sociales evidentes. Ahí estaría, claro, Espíritu Sagrado, de Chema García Ibarra; pero también la más reciente Inmotep, de Julián Genisson.
Ion de Sosa, que comparte como digo amistad y escena con los otros dos autores, propone en este mediometraje una investigación policial que busca resolver una serie de asesinatos que están sucediendo en lugares de cruising en la ciudad de Berlín. Alguien está succionando el interior de los cuerpos de hombres a través de felaciones. Las pruebas médicas apuntan a una araña gigante. ¿Qué pasa entonces? Pues que es Mamántula, una araña gigante travestida de humano con sed de venganza y semen.
Tras él una pareja de mujeres detectives que intentan resolver, como si fueran Mulder y Scully, este caso tan estrambótico. Lo hacen precisamente, y aquí ya empezamos a hablar de las decisiones de De Sosa, desde la autoconsciencia. El director se toma en serio a sus personajes, y son las propias detectives las que se arrastran hasta la autoparodia.
Como en los otros dos ejemplos que he puesto al principio, en Mamántula encontramos un escenario nuevo hecho con los escombros de todo lo que ya conocemos. Una mirada periférica que, en vez de señalar “lo otro” señala “lo familiar”. ¿Y qué es lo familiar? Es Cruising, de William Friedkin, es Expediente X, de Chris Carter, es El estrangulador de Boston, de Richard Fleischer. Y sin embargo, es algo totalmente nuevo.
La capacidad de generar ese algo nuevo con los elementos precisamente que explican nuestra cultura audiovisual contemporánea permite que todo entre en un terreno magnético, algo parecido a los cortometrajes de David Lynch, entendiéndolo siempre en su contexto.