Uno de los tantos herederos de Maradona que designaron los argentinos, el Burrito Ortega, jugó año y medio en el Valencia y pasó con más pena que gloria por el club. La vida de este futbolista singular también fue más penosa que gloriosa y estuvo anegada de demasiado alcohol
En un universo paralelo, Diego Maradona habría sido la gran estrella del Valencia CF, no solo por su talento en el campo, sino también por su amor por la fiesta y su adicción a la cocaína. Sin embargo, la realidad fue otra, y el club valenciano tuvo que conformarse con los herederos del astro argentino. Desde la decadencia de Maradona, los argentinos han buscado sucesores que pudieran llenar sus zapatos. Entre estos aspirantes, dos destacaron en Valencia: Pablo Aimar y Ariel Ortega.
Pablo Aimar, un futbolista fino, inteligente y desequilibrante, llegó al Valencia con grandes expectativas. A pesar de algunas críticas por la diferencia entre el costo de su fichaje y su rendimiento en el campo, Aymar jugó un papel crucial en la construcción del mejor Valencia de la historia. Cuatro años antes de la llegada de Aymar, otro joven prometedor de River Plate aterrizó en Valencia: Ariel Arnaldo Ortega, conocido como "El Burrito".
Ortega, considerado en Argentina como un sucesor digno de Maradona (con permiso de Lionel Messi), llegó al Valencia en el mercado de invierno de la temporada 1996-97. Su apodo, heredado de su padre "El Burro", levantó sospechas sobre su capacidad intelectual entre los aficionados valencianos. Sin embargo, Diego Maradona defendió su inteligencia y profesionalismo, aunque admitió que Ortega podía ser poco profesional si se sentía mal.
Inicialmente, Ortega no logró impresionar en el campo, perdiendo frecuentemente la pelota. Pero el entonces entrenador Jorge Valdano vio potencial en él, considerándolo una pieza clave junto a Romario para construir un equipo que jugara el mejor fútbol del campeonato. Sin embargo, el proyecto de Valdano fue breve, y Claudio Ranieri, su sucesor, no compartía la misma visión.
Ranieri relegó a Ortega a un papel secundario debido a su escasa adaptación al estilo de juego italiano y sus escapadas nocturnas. Nacido en una de las regiones más pobres de Argentina, donde la droga es común, Ortega había esquivado estos peligros, pero no pudo evitar el alcohol. Su llegada a Europa marcó el comienzo de una adicción que lo llevaría a varios centros de rehabilitación durante su carrera.
Tras una temporada tumultuosa en Valencia, Ortega se trasladó a Italia en el verano de 1998, pero su rendimiento no mejoró en la Sampdoria ni en el Parma. Luego pasó al Fenerbahce turco, de donde salió con una sanción de 19 meses sin jugar, impuesta por la FIFA por romper unilateralmente su contrato. Eventualmente, Ortega regresó a Argentina, donde, a pesar de sus recaídas en el alcohol, encontró estabilidad en las categorías inferiores de River Plate, el club donde comenzó su carrera.
El caso de Ortega es un recordatorio de las dificultades que enfrentan los futbolistas talentosos al lidiar con las presiones del éxito y las tentaciones fuera del campo. A diferencia de Maradona, cuya fama mundial eclipsó sus problemas personales, Ortega solo logró imitar al astro argentino en su vida disoluta. Mientras que Maradona será recordado como un dios del fútbol, Ortega será visto como una promesa que nunca alcanzó su pleno potencial, marcado por su lucha contra el alcoholismo y sus problemas fuera del campo.