¿Acabaremos luchando contra las máquinas por nuestra supervivencia como en Terminator o la inteligencia artificial está aquí para ayudarnos? De momento, dicen los expertos, no hay mucho que temer y sí mucho que ganar
VALÈNCIA. Contaba en un evento Chema Alonso, Chief Digital Officer de Telefónica, que para cerciorarse en un encuentro virtual de que la persona que está al otro lado de la pantalla es real y no sintética, es necesario fijarse en aspectos como el número y la frecuencia del parpadeo de los ojos o en el reflejo de los latidos del corazón en la vena carótida de la frente o el cuello. Y si una empresa a la vanguardia de la tecnología tiene dudas para distinguir entre un ser real de otro creado artificialmente, ¿qué no podrá vendernos por bueno algo que es falso la inteligencia artificial (IA) a la mayoría de los mortales?
No es esta la única pregunta que cabe formularse. ¿Ocupará algún día un robot nuestro puesto de trabajo? ¿Llegará un momento en el que las máquinas sepan más que nosotros y escapen al control humano? Si las máquinas van a hacerlo todo, ¿qué papel nos queda a nosotros para desempeñar en la sociedad? Estas son solo algunas de las dudas que nos asaltan a todos respecto a la IA.
El problema de las incertidumbres es que nos inclinamos a ver más la parte catastrofista que el impacto positivo que puedan generar. Cierto que millones de puestos de trabajo están llamados a desaparecer, especialmente los más rutinarios; que se puede alterar el resultado de un proceso electoral mediante la difusión masiva de contenidos falsos, o que la toma de decisiones basadas en un algoritmo no son tan asépticas y objetivas como cabría esperar.
Sin embargo, también son verdad cosas de las que se habla menos como que, gracias a la IA, se puede anticipar la aparición de una enfermedad cardiovascular o que existe un robot llamado Da Vinci que permite hacer intervenciones quirúrgicas en remoto con la participación de los facultativos más prestigiosos del mundo. Pero tampoco hace falta irse tan lejos. La IA lleva mucho tiempo formando parte de la vida cotidiana de todos nosotros. Está detrás del sistema de inyección de combustible de los coches, del correo electrónico, del GPS o del buscador de Google que utilizamos varias veces al día. Si esto es así, ¿de qué tenemos miedo?
Victoria Corral, responsable de desarrollo de negocio en Solver Intelligent Analytics, divide la inteligencia artificial en dos grandes bloques. «El primero es el conjunto de tecnologías que emulan la percepción humana, como la vista o el oído, a través de tecnología, como visión por computadora, reconocimiento de audio, lectura e interpretación de textos, etc. El segundo ámbito está relacionado con la extracción de valor de grandes volúmenes de datos. No solo de una forma descriptiva, sino también predictiva, siendo capaces de hacer predicciones o detectar anomalías en los datos, emulando conocimiento experto humano, pero con mayor capacidad de gestionar que el ser humano».
En conjunto, la superioridad que representa el uso de la IA frente a la humana se aprecia, en opinión de esta experta, en la posibilidad de «tener una máquina trabajando continuamente, de manera fiable y sin cansarse, y con una capacidad de procesar un volumen mayor de datos. Otra gran ventaja es la capacidad de escalar cualquier solución. Adicionalmente la IA identifica anomalías en los datos y facilita que la explotación de los mismos sea cada vez de mayor calidad».
Ninguna de las facultades de la IA señaladas por Victoria Corral parecen atentar contra atributos que, hasta ahora, entendíamos exclusivos del ser humano. Se incluyen aquí la creatividad, las emociones o la conciencia. Sin embargo, no hace mucho que un ingeniero de software de Google, Blake Lemoine, afirmó haber mantenido con el sistema de inteligencia artificial ideado por la compañía —LaMDA— conversaciones propias de los humanos. Lemoine afirma que, cuando habló con LaMDA, descubrió que tenía sentimientos y que se expresaba con la naturalidad de un menor de siete u ocho años.
Dichas afirmaciones terminaron costándole el puesto al ingeniero, pero no por falsedad sino por vulnerar la política de confidencialidad de la compañía. Mantener una conversación con una máquina, incluso más amigable que con una persona real, hace tiempo que es posible. De hecho, un estudio del Instituto de Investigación de Capgemini muestra que los consumidores prefieren cada vez más interactuar con asistentes virtuales que con seres humanos, especialmente cuando se trata de indagar sobre productos, obtener información sobre nuevos servicios o hacer un seguimiento de sus pedidos. Otra investigación, esta llevada a cabo por Oracle y Future Workplace, concluía que el 64% de los empleados preferiría tener un robot como jefe.
La forma de enseñar a hablar a las máquinas es la misma que aplica siempre la IA: entrenarlas con datos masivos que los humanos vamos volcando en internet. «Así es como están copiando acciones humanas, pero lo están haciendo muy bien. Hoy nos esforzamos en mejorar los algoritmos de aprendizaje dándoles muchos datos para que aprendan y resuelvan problemas. Es como cuando vas con tu hijo a una granja y le señalas lo que es una vaca, pero no le explicas que tiene cuatro patas, con manchas en la piel, que pesa tantos kilos… tú se la señalas y que el niño aprenda. Pues ahora estamos en ese nivel con la IA, que ya no le tiramos datos para decirle qué tiene que aprender sino para que aprenda sola, y esto nos lleva a situaciones complicadas porque a veces aprende cosas que no esperábamos que aprendiese», decía Chema Alonso.
Victoria Corral insiste en subrayar la parte bondadosa de la IA. «Desde mi punto de vista —dice—, no hay que demonizar la IA porque, en la práctica, la mayoría de las aplicaciones y modelos que se desarrollan lo hacen con datos de procesos que no implican grandes riesgos y sí aportan grandes beneficios para las empresas y organismos y, por ende, para los consumidores y ciudadanos». A esto se dedican en Solver IA, empresa nacida en 2016 como una spin-off de la Universitat Politècnica de València, especializada en aplicar la tecnología de IA a procesos de negocio relevantes para impactar positivamente en la cuenta de resultados.
Entre los clientes de esta empresa valenciana los hay de la talla de Global Omnium, Barceló, Meliá, Idrica o el Valencia Club de Fútbol. Para todas ellas desarrollan modelos ad hoc con IA basándose en referencias predictivas. Corral está convencida de que, tarde o temprano, «la IA se aplicará en prácticamente todos los sectores de una forma u otra. Desde la distribución hasta la salud, transporte o sector público, por citar solo algunos».
La causa de la transversalidad de la IA también la tiene clara. «La vida de los ciudadanos y de los consumidores será más fácil; los procesos, más sencillos y personalizados; la propuesta de valor de las organizaciones, más adecuada a nuestras preferencias, los servicios, más rápidos y menos costosos, y, probablemente, la vida, más agradable porque, en la medida en la que las máquinas se dediquen a las tareas tediosas y repetitivas, las personas podrán dedicar su trabajo a gestionar las relaciones, las excepciones, las emociones y redundará en una mejora para todos».
Aunque pocos expertos duden del potencial de la IA para mejorar la sociedad actual y el enriquecimiento de las economías, sí que son muchos los que echan de menos algunas correcciones para que la IA ponga el foco en las personas y no restrinjan su papel al de mero consumidor o sujeto pasivo de esta tecnología.
Nuria Oliver Ramírez, ingeniera alicantina y, entre muchas otras cosas, nombrada una de las once personas más influyentes en Inteligencia Artificial en el mundo y cofundadora de la Fundación Ellis Alicante, Instituto para el Desarrollo de la inteligencia artificial centrada en la Humanidad, observa algunos sesgos pendientes de erradicar. Entre otros caben citarse el de la discriminación; el de la asimetría con respecto a la posesión de los datos que se concentran en muy pocas manos; una ética que evite las manipulaciones, o asegurar la veracidad de la información teniendo en cuenta que, por primera vez en la historia, somos capaces de generar contenido de todo tipo, fotos, vídeos o texto, totalmente indistinguible del que hubiese podido generar un humano experto.
Pero si la IA es ya capaz de escribir un artículo científico sin que los mismos científicos perciban que el autor es un robot, hay cosas en las que todavía no ha alcanzado al hombre. El robot hace cosas y punto, no varias a la vez, solo una, aunque la haga muy bien, pero sin plantearse por qué ni para qué. Esa capacidad de entendimiento continúa siendo potestad del ser humano y, como decía Marie Curie, «nada en la vida debería temerse, sino entenderse. Ahora es momento de entender más para, así, temer menos
* Este artículo se publicó originalmente en el número 94 (agosto 2022) de la revista Plaza
Puede observarse con cierto hastío la cantidad de eventos, jornadas, congresos y seminarios de todo tipo sobre inteligencia artificial (IA) a los que podríamos asistir, si no tuviéramos que lidiar con la todavía presencial y fatigosa vida real