Cultura y Sociedad

EL CABECÍCUBO

Ricardo Urgell, o cómo las discotecas ‘cool' de los 60 pasaron a ser gradas de campo de fútbol

MADRID. El género documental es sagrado. Hoy en día, un chaval con una cámara puede grabar una obra de arte, como Sobre la marxa de Jordi Morató, o una pieza informativa  del valor de Ucrania el año del caos, de Ricardo Marquina, un excelente documental que relata el conflicto incluyendo algo que muchos análisis geoestratégicos desprecian, la voz de la calle.

Por eso cuando el siguiente documental que ve uno es El arquitecto de la noche de Miguel Bardem, de los Bardem de toda la vida, en Canal +, le asalta la duda. Todo es maravilloso. Genial. La vida de Ricardo Urgell, fundador de Pachá, es trepidante y exitosa y, casualmente, del último negocio que ha abierto sólo se destaca su calidad, que para los empleados lo más emocionante en su vida es ver la cara de satisfacción de los clientes y que hasta se dan cursos para servir el vino a la temperatura adecuada.

Así concluye.

La historia de Pachá es una gran historia, pero no se muestra si tras la leyenda se han quedado algunos juguetes rotos. Si comparamos este trabajo de impecable realización con lo que han hecho los dos ejemplos mencionados anteriormente, uno como trabajo de fin de curso, el otro por amor al arte, ambos con tanto rigor y profundidad, torcemos el morro.

La mayor contradicción en el discurso de Ricardo Urgell es cuando llega a decir que sus clientes vienen a ser "un mundo de bobos". Lo comenta en su barco porque no ha sido capaz de asimilar aún lo que cobran los DJ del momento. Cuando empezó el fenómeno, se ponía histérico si le dejaban una factura de dos millones de pesetas Sus amigos le tenían que decir que mirase la caja que había hecho, no ese detalle. Y ahora lo ha tenido que aceptar y confiesa que se gasta en pinchadiscos 2.000 milllones de pesetas al año (12 millones de euros).

Para él solo están quietos de pie tocando los platos. Además, tampoco le gusta el público. En los 60 "había más swing, más estética" se bailaba, ahora no. "Solo mueven los brazos", se queja, "parecen una manada que está viendo un partido de fútbol". Para concluir la crítica, saca un amplificador de 300 vatios que tuvo el primer Pachá que montó. Con eso se bailaba hasta el amanecer. Pero que ahora necesitan 80.000 vatios y ni siquiera bailan.

Esa crítica es interesante. Justo antes un entrevistado ha estado contextualizando en lo que se ha convertido la isla desde finales de los 80. "Echaron a los clubers de Londres, les cerró las discotecas el gobierno, porque todo lo que había allí era droga, y se marcharon a Ibiza donde encontraron el paraíso". Por eso se podría decir que el documental rechaza la noche ibicenca de las grandes discotecas y la música techno.

Antes se nos habla de la fundación del primer Pachá en Sitges en los 60. Fue en una vieja masía, con poco dinero, no había ni para aire acondicionado, tenían que regar el techo para que bajase un par de grados la temperatura que se alcanzaba en el interior. El nombre se lo sugirió su mujer, le dijo "ponle Pachá porque vivirás como un pachá". En eso, tras ver su barco y su casa de Formentera, no se equivocó.

La idea le vino a Urgell cuando vio la sensación que causaba en la pista de baile el hit ‘Black is Black', de Los Bravos. Decidió que tenía que montar lo mismo. Invirtió un millón y medio de pesetas y la primera caja que hizo fue de treinta mil pesetas."Nunca se me olvidará en la vida, era mucho dinero".

El promotor de conciertos más importante de la época, Gay Mercader, recuerda que a esa discoteca se iba, como su propio nombre indicaba, a escuchar música, a oír discos. Aunque también apunta la otra función del local, de la que no se acuerda :"No recuerdo nada porque en aquella época tomaba mucho LSD (...) Cada sábado tomábamos un ácido y el domingo como empezaba a bajar tomábamos medio más. Me he esnifado media Bolivia, me he fumado medio Amazonas y he tomado tripis así... Hay quien se ha quedado en el camino y quien no".

Pero entonces la droga, cuenta otro amigo de Ricardo, era como una liturgia. "Algo sacramental". El porro se lo pasaban unos a otros de forma solemne y majestuosa, por lo alto cogido con dos dedos. Y reconoce que después esa liturgia pasó a ser la de la raya de coca escondidos en el baño.

Luego viene uno de los primeros puntos sospechosos. Un habitual de aquellas noches cuenta que los primeros moradores de las discotecas eran auténticos personajes y que empezó a acudir más gente solo para verlos. Al final, explica, tuvieron que contratar a profesionales para que se subieran a bailar por ahí, gogós, y el resto de clientes se lo pasaba bien en rol de espectador.

En los 80 Urgell dio el salto a Madrid. Con el ejemplo de Studio 54, que estaba en un teatro, compró el teatro Barceló y montó la famosa Pachá de Madrid. Miguel Bosé recuerda: "Iban los más guapos y espectaculares, excesivos, excéntricos". Para su fundador: "Los niños mal de casa bien". Y José Coronado cuenta con una gran sonrisa que allí disfrutó "de sexo de calidad y sin prejuicios y de mil formas".

Esta discoteca la cerró el ayuntamiento por servir alcohol a menores en lo que se considera un primer "toque" que le dio el ayuntamiento a la noche madrileña. Ricardo la vendió, pero siguió abriendo discotecas por todo el mundo y se centró en Ibiza. ¿Y cuál es el problema ahora? Que los políticos de la isla, viene a contar, favorecen más a unos hosteleros que a otros y que no puede competir con el chumba-chumba.

Y al final todo confluye. Tras esa expectación que se ha creado con que lo que mola de las discotecas es el glamour, los personajes, el baile auténtico y las pintas, en lugar de los mares de carne aplastándose unos a otros ante la prédica de un DJ famoso, nos presentan Lio Ibiza. La discoteca-cabaret-restaurante donde uno puede volver a las esencias. Los discursos de los empleados sobre lo mucho que gozan haciendo sentir feliz a la gente con un trato personalizado por ser ellos quien son ya no suenan tan auténticos como las batallitas de antes.

Y aunque el documental prescinde de contarnos que Messi, Sean Penn, DiCaprio o Irina Shayk se han dejado ver por el local montándola, como relató El Mundo en su día, el sabor que deja en la boca el documental es de un publirreportaje. No es la vida de Ricardo Urgell lo que se vende, sino la marca Ricardo Urgell, que es muy distinto.

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