VALÈNCIA. Las películas de juicios han cautivado al público durante décadas, transportándonos a las salas de justicia donde se libra una batalla legal por la verdad, la justicia y el destino de los personajes. Este subgénero cinematográfico ofrece una mezcla fascinante de drama, suspense y elementos psicológicos, explorando las complejidades del sistema legal y las motivaciones de quienes lo integran.
Las películas de juicios tienen una larga y rica trayectoria en la historia del cine. Desde los clásicos como 12 hombres sin piedad (1957) y Matar a un ruiseñor (1962), hasta thrillers modernos como Veredicto final (1982) y El dilema (2009), este subgénero ha demostrado su capacidad para entretener y hacer reflexionar al público.
Las películas de juicios no solo son entretenidas, sino que también pueden ser una herramienta valiosa para comprender mejor el sistema legal y las complejidades de la justicia. Al exponer las fallas y contradicciones del sistema, estas películas pueden generar un debate social y promover reformas positivas.
Continúan evolucionando con el tiempo, adaptándose a los nuevos contextos sociales y políticos. En la actualidad, vemos un creciente interés en las historias que exploran temas como la discriminación, la corrupción y los abusos de poder.
Este es uno de los viernes de cartelera casi de avalancha, con más de una decena de títulos que compiten por hacerse un hueco, por muy pequeño que sea, y mantenerse una segunda semana. Empieza también la época de los festivales de cine; y mientras no llegan las películas que van ganando, la cartelera ha casi agotado los mejores títulos del año pasado. Así que tenemos a tocar el cine de verano, ese que no nos importa tanto, pero que disfrutamos de la misma manera que disfrutamos una peli de tarde al lado de alguien que queramos, o un blockbuster palomitero que nunca más recordaremos, pero cuyo bochorno pasamos conscientemente entre amigos.
Entre la marabunta de estrenos queremos destacar una película que formó parte de la Sección Oficial de la última Mostra de València, Fireworks, una cinta italiana que es la ópera prima de una personalidad televisiva de la Rai, Beppe Fiorello. La película está ambientada en la Sicilia de 1982 durante la copa del Mundo de fútbol que ganó Italia, el del tercer mundial que ganaría su selección. La historia cuenta la compleja relación entre Gianni, que sufre el acoso de los matones del pueblo por sus tendencias homosexuales y una situación familiar angustiosa, y Nino, un atractivo chico con una familia estructurada que suministra fuegos artificiales a todos los festivales y fiestas de la zona. Tras un encuentro casual entre ambos, y una amistad que termina en enamoramiento, los jóvenes deciden vivir su amor libremente, sin ocultarse, mostrando su alegría de estar juntos ante todo el mundo. La gente empieza a murmurar, y las peores reacciones proceden de los lugares más insospechados. En una atmósfera tan masculina, aupada por el fervor futbolístico, dos adolescentes se enamoran: uno al que, en su pueblo, ya tienen machacado; otro que se descubre con una mayor libertad ante él.
El cine LGTBIQ+ ha cambiado su categoría, en los últimos años, de una etiqueta a un subgénero. Mala noticia en lo que respecta a la configuración de espacios comunes por los que transitan muchas de las propuestas sobre historias del colectivo. Sin duda, esta película se pasea por casi todos los posibles. Hay muy poca verdad en esta historia, a pesar de estar basado en los hechos reales del asesinato de una pareja homosexual en ese mismo contexto. La verdad se la quitan las imágenes, esos lugares comunes, esa crueldad tan mal equilibrada y esa falta de originalidad en la puesta en escena formal. Los personajes son planos, arquetípicos, y la trama absolutamente predecible. Ni siquiera se sube a la ola de la gran enmienda en cuestión de representatividad que actualmente se está dando: la de dejar de vincular las historias LGTBIQ+ a un destino fatal. No lo hace porque llega a tarde a todo, y el único logro es la construcción de la atmósfera masculina.