Guillermo Gorostiza, uno de los grandes extremos izquierdos del fútbol español, se despidió del Valencia en junio de 1946 tras perder la final de la Copa del Generalísimo contra el Real Madrid. Luis Casanova, presidente del club, le regaló una pitillera de oro con la inscripción "al mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos". Gorostiza, conocido como "la bala roja", llegó al Valencia a los 31 años tras una destacada carrera en el Athletic de Bilbao y vivencias turbulentas durante la Guerra Civil española.
En Valencia, Gorostiza se integró en un equipo excepcional que dominó la década de los 40 con tres ligas y dos copas. Formó parte de la mítica delantera eléctrica junto a EPI, Mundo y Asensi, destacándose como un extremo atípico, diestro que prefería recortar hacia el interior para rematar con su pierna derecha, anotando numerosos goles. Fuera del terreno de juego, Gorostiza era conocido por su afición al vino y coñac, hábitos que eventualmente le causarían problemas.
Su vida personal se vio afectada por su adicción al alcohol, lo que contribuyó a su decadencia después de dejar el Valencia en 1946. Aunque continuó en otros clubes, su carrera y vida familiar se vieron deterioradas por su comportamiento errático y su descontrolada adicción. Gorostiza pasó años en la ruina y la soledad, siendo visto como alguien de quien huir debido a su tendencia a pedir dinero prestado que nunca devolvía.
Una pitillera de oro, regalo del Valencia, se convirtió en un símbolo de su trágico final. Después de años de penurias y desgracias, Gorostiza fue encontrado muerto en condiciones precarias, con la pitillera bajo la almohada. Este triste final fue un recordatorio de la caída de un hombre que alguna vez fue celebrado como uno de los mejores futbolistas de su época, pero que sucumbió a sus demonios personales.
La historia de Guillermo Gorostiza destaca no solo por su habilidad en el campo y sus logros deportivos, sino también por los dramas personales que marcaron su vida después del fútbol. Su legado es un recordatorio de cómo el éxito en el deporte puede contrastar drásticamente con la tragedia personal, dejando una huella imborrable en la memoria del fútbol español.