"Aquí tenemos su número de mayo. Parece que hay un hombre con un hacha llena de sangre agarrando una cabeza que ha sido cortada de su cuerpo. ¿Cree que eso es buen gusto?", preguntó el senador Kefauver. "Sí señor, lo creo, para la portada de un cómic de terror", respondió William Gaines, dueño de la editorial EC. Esta conversación tuvo lugar el 21 de abril de 1954 en el marco de la subcomisión del senado de EEUU para la investigación de la delincuencia juvenil. Probablemente, es el intercambio verbal más importante de la historia del noveno arte. No es exagerado decir que, después de ella, nada fue igual.
Al igual que la alarma social de los ofendiditos de la época llevó a la industria americana del cine a establecer en 1934 unos límites a lo que los espectadores podían ver en la gran pantalla (el llamado Código Hays), los tebeos comenzaron a estar en la diana de las mentes de los próceres del buen gusto a partir de la década de los 40. Lo que ocurrió lo explica magistralmente el periodista Daniel Hajdu en su libro La plaga de los cómics (cuando los tebeos eran peligrosos) que acaba de publicar la editorial Es Pop. El crítico Alvaro Pons visita Más Allá (pero no tanto) para hablar de unos hechos conocidos por los aficionados pero no siempre bien explicados.