VALÈNCIA. Si Ramonet, el Bonico, se hubiera despertado de su noche de bodas, hubiera salido del motor de Cabiles donde durmió ese día y hubiera visto lo que este invierno había en los campos de al lado, hubiera creído que aún estaba soñando. Porque allí, a solo unos días del fangueo, apurando los últimos arrozales con una lámina de agua, había seis mil o siete mil flamencos. Un espectáculo —y casi un milagro— si tenemos en cuenta que en 2011 se contaron nueve ejemplares, que en 2012 eran 152 y que hasta 2015, hace menos de diez años, no se superó el millar de estas llamativas aves de plumaje rosado.
Este año han venido a La Albufera más de doce mil flamencos y, por primera vez, en un hito que aún están celebrando los ornitólogos, han criado en la reserva de Racó de l’Olla. El espectáculo, pues lo es que estas coloridas aves se junten a miles en un paraje tan hermoso como el Parque Natural de la Albufera, ha atraído a multitud de curiosos que, unos por ignorancia, otros por desprecio por la naturaleza, han intentado acercarse demasiado a una especie que necesita un perímetro de seguridad. Un par de mujeres uruguayas han sacado el móvil y se han adentrado por un campo de arroz para posar al lado de los flamencos. Un trofeo muy cotizado en Instagram. A otros, con cámaras de más fuste, se les ha visto dar palmas o espantar a la zancudas para que salieran volando y que, así, la fotografía fuera más espectacular.
No es difícil encontrarse con una de estas escenas y Juanmi se enfada, desde su vehículo del Ayuntamiento de València al ver que abundan los irrespetuosos. «Ya los están acosando. Esto habrá que controlarlo», advierte Joan Miquel Benavent, director general de Conservación de la Albufera a Pablo Vera, coordinador del Servicio de Conservación de Ambientes Acuáticos de Devesa Albufera, que está al volante y conduce despacio por un caminito del Tancat de Cabiles.