El sedentarismo se ha consolidado como uno de los principales problemas de salud pública en España. Según el Instituto Nacional de Estadística, más del 42% de la población no realiza actividad física suficiente, lo que equivale a unos 11 millones de personas que nunca practican deporte. Esta falta de movimiento no solo favorece el desarrollo de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes o la hipertensión, sino que también afecta negativamente a la salud mental, incrementando los niveles de estrés, ansiedad y malestar general.
Las causas detrás de este fenómeno son múltiples y complejas. A nivel global, el sedentarismo es un problema persistente, y aunque la evidencia científica ha demostrado de manera contundente los beneficios del ejercicio físico, esa información no se ha traducido en un cambio real de hábitos. En comparación con otros países europeos, España se sitúa en una posición intermedia, aunque otras naciones han logrado revertir la tendencia gracias a políticas públicas más decididas y sostenidas en el tiempo.
Uno de los principales obstáculos es la percepción cultural del ejercicio: en España, la actividad física sigue considerándose, en gran medida, una forma de ocio o entretenimiento, y no una herramienta clave para la salud. Sin embargo, la evidencia científica es clara: el ejercicio puede prevenir hasta 40 enfermedades crónicas y mejora significativamente la calidad de vida. Transformar esta visión social es esencial para que el deporte se entienda como un componente fundamental del bienestar físico y mental.
En los últimos años, se han lanzado iniciativas institucionales, como la campaña del Consejo Superior de Deportes, orientadas a concienciar sobre los riesgos del sedentarismo. Pero los expertos insisten en que la responsabilidad no debe recaer únicamente en el ciudadano. Es imprescindible que las autoridades faciliten el acceso al ejercicio físico a toda la población mediante infraestructuras, programas y políticas inclusivas. Las mujeres y las familias con menos recursos son quienes enfrentan mayores dificultades para mantenerse activas, lo que demuestra que el acceso al deporte sigue siendo desigual.
Existe, además, una fuerte relación entre el nivel socioeconómico y la inactividad física. Aquellos con menos ingresos y menor nivel educativo tienen menos oportunidades de practicar deporte, en gran parte por la falta de instalaciones deportivas y zonas verdes en sus barrios. La falta de recursos municipales y la escasa planificación urbana agravan estas desigualdades, limitando la capacidad de las personas para adoptar hábitos saludables.
Un estudio reciente sobre la evolución del sedentarismo en España entre 1987 y 2020 revela una tendencia preocupante: la inactividad ha aumentado de forma general, especialmente en el ámbito laboral, donde predominan los trabajos de oficina y las largas jornadas sentadas. Este incremento se observa sobre todo entre mujeres y jóvenes de 16 a 24 años. En contraste, en el tiempo libre, sí se aprecia una mejora, con más personas —especialmente mujeres y jóvenes— incorporando el ejercicio a su rutina diaria.
Sobre este tema conversamos con Nuria Garatachea, profesora de la Universidad de Zaragoza e investigadora del grupo GENUD (Growth, Exercise, Nutrition and Development), y con Julia Rey, investigadora en medicina preventiva de la Universidad de Santiago de Compostela y coautora del estudio “Evolución de la prevalencia de sedentarismo en la población española entre los años 1987 y 2020”. Ambas expertas coinciden en que revertir esta tendencia requiere educación, políticas sostenidas y entornos que faciliten la actividad física para todos, independientemente de su nivel socioeconómico o edad.
