En el fascinante mundo de los actos, eventos y celebraciones, se esconde una danza meticulosa. ¿Qué es un acto? ¿Y qué distingue un evento? Permítanme desvelar los hilos que tejen esta trama.

Antes de sumergirnos en la coreografía del protocolo, aclaremos los términos:

Acto: Imaginen un escenario. En él, personas y objetos se entrelazan con armonía artística. El protocolo, como un director invisible, guía cada movimiento. El acto tiene un propósito concreto, una motivación que lo impulsa. Nada está fuera de lugar; todo encaja. Es la alquimia de la organización.

Evento: Amplíen el lienzo. Los eventos abarcan más que un solo acto. Son composiciones más extensas, sin límites precisos. Desde la apertura de la puerta hasta el último discurso, todo debe fluir. El evento es un tapiz tejido con hilos de protocolo.

¿Quién orquesta esta sinfonía? El anfitrión. Su papel es crucial. Imaginen a un mago que convierte un espacio en un escenario. Pero, ¿qué hace que un anfitrión sea excepcional?

Imagen y Educación: El anfitrión es un embajador de la elegancia. Compartir una cena con alguien que domina las normas básicas del protocolo dice mucho. La imagen es su carta de presentación.

Saludos y Tuteos: Un apretón de manos firme comunica confianza y respeto. Los besos en la mejilla son para quienes tienen “mucha confianza”. Y nunca, nunca saludar con gafas de sol puestas.

Puntualidad y Conversación: La puntualidad es clave. La voz debe modularse. Las palabras malsonantes quedan fuera. Y, por favor, no conversar con la boca llena.

Improvisación Preparada: En el protocolo, cualquier improvisación debe estar prevista. Como buenos magos, los anfitriones anticipan cada detalle.

Así que, queridos aprendices de alquimistas, el protocolo no es solo para grandes eventos. Es la melodía que suena en cada encuentro, en cada gesto. Sigamos danzando, creando armonía y dejando huellas imborrables en los corazones de quienes nos rodean.