Cada año, en España más de 120.000 personas sufren un ictus, una patología cerebrovascular que puede dejar secuelas graves e incluso resultar mortal. De acuerdo con la Sociedad Española de Neurología (SEN), se trata de la segunda causa de fallecimiento en el país y la principal responsable de discapacidad adquirida en la edad adulta. Se calcula que uno de cada cuatro ciudadanos españoles padecerá un episodio de este tipo a lo largo de su vida. Entre los factores de riesgo más habituales se encuentran la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol elevado, determinados trastornos del ritmo cardíaco y estilos de vida poco saludables como el consumo de tabaco. Reconocer las señales de alarma resulta esencial: pérdida súbita de fuerza en brazos o piernas, alteraciones del habla, problemas de comprensión o de visión, ante lo cual es imprescindible acudir de inmediato a un servicio sanitario.
Existen fundamentalmente dos variedades de ictus. El isquémico, producido por la obstrucción de una arteria cerebral, y el hemorrágico, originado por la rotura de un vaso sanguíneo en el cerebro. La incidencia de ambos se incrementa conforme avanza la edad, sobre todo a partir de los 40 años y con un notable ascenso tras los 65. El progresivo envejecimiento de la población y el aumento de los factores de riesgo cardiovascular explican el crecimiento constante de esta enfermedad en los últimos años.
La prevención desempeña un papel clave. Mantener una alimentación equilibrada con abundancia de frutas, verduras y legumbres, realizar actividad física con regularidad y someterse a controles médicos periódicos para vigilar los principales factores de riesgo son medidas eficaces para reducir la probabilidad de sufrir un ictus. Aunque sus consecuencias pueden condicionar gravemente funciones básicas como comer, hablar o caminar, una intervención médica rápida puede disminuir de forma significativa el impacto de las secuelas.
El ictus no solo repercute en la vida del paciente, sino también en la de su entorno más cercano. Las familias deben adaptarse a cambios profundos en su día a día, requiriendo apoyo práctico y emocional. Entidades como la Federación de Daño Cerebral Adquirido de la Comunitat Valenciana ofrecen orientación y recursos a los afectados y a sus cuidadores, contribuyendo a afrontar la nueva realidad. El acompañamiento psicológico y el trabajo en red resultan esenciales para preservar la calidad de vida tanto de quienes han padecido un ictus como de sus familiares, que en gran parte de los casos son mujeres que asumen las tareas de cuidado.
Sobre esta cuestión conversamos con Marimar Freijo, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN, y con Paco Quiles, miembro de la federación de daño cerebral adquirido en la Comunitat Valenciana.