Si hay sardinas, huele. Un olor que es un canto de sirena con final feliz: la promesa de -mínimo- tres sardinas por cabeza, asadas enteras, en su piel gruesa. El acero candente de la plancha salpica de dorado los lomos plateados. Las partículas de ceniza se pierden entre las escamas. Comer sardinas es social, es festivo, hay una tolerancia implícita al tizne, a que sus efluvios copen la atmósfera, a desterrar los cubiertos.
Si se comen sardinas, debe oler.
Casa Montaña
Calle Josep Benlliure, 69. Valencia. El Cabanyal.
Para Valencia son de 9, para Portugal de 7,5 apuntando al 8. No es poco.
Al igual que con sus boquerones en vinagre, cada ración de este pescado azul es una ofrenda a Poseidón. Puro producto, a la plancha, con un cuarto de limón como único acompañamiento, de tamaño mediano, piel exterior fina y no excesivamente crujiente. Bien hechas pero sin llegar a estar secas. Yodadas, sabrosísimas e intensas.
Pedid una ración por persona. O dos. Volved a reservar antes de que se acabe el verano.