Seis chicas están sentadas en unas banquetas frente a una mesa alta. Delante tienen una copa de vino que les ha soltado la lengua. Es un lunes cualquiera y este grupo de amigas ha decidido irse de cata a la Bodega Ruzafa, donde les atiende una chica con acento del este. Es Kim Chemeryk, una joven de rostro aniñado que les rellena las copas y las deja, algo achispadas, seguir con una conversación subida de tono. Al rato llega Jairo Calpe, que es su marido y carga con una jaula con un conejo dentro. La pareja tiene dos en casa: una se llama Coco y la otra Chanel.
La bodega es un trabajo temporal para ellos. Kim y Jairo planean acabar viviendo de su cuenta de Instagram (@jairokim_travel), que ya va por casi medio millón de seguidores. Su fuerte, los viajes en pareja. Ellos, con aire de modelos, vestidos conjuntados, todo perfecto, todo bonito, venden su imagen para hoteles y algunas marcas. Y sueñan ya con un futuro no muy lejano en el que partirán su vida entre Dubái, donde harían los negocios y los contactos importantes, y Bali, donde se echarían a la bartola, entre viaje y viaje, a disfrutar de su vida de ensueño.
Kim solo tiene 21 años, pero ya lleva seis viviendo fuera de casa. Desde adolescente fue una mujer echada para adelante que dejó su país, Ucrania, antes de intuir siquiera que vivían bajo la amenaza de una guerra con Rusia. Sus padres les inculcaron a ella y a su hermano, dos años menor, que la Tierra es muy grande. “Todos los padres tienen sus prioridades, y la de los míos era que viéramos mundo. Por eso siempre hemos hecho grandes viajes a lugares exóticos y remotos como Isla Mauricio, Fiji, Bora Bora, Costa Rica… Casi siempre a destinos de playa porque a mi madre le encanta el mar”.