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el callejero

Mar siempre está en danza

  • Mar Rodríguez, en su escuela de danza. Foto: KIKE TABERNER

A Mar le gusta que esté su marido cuando llegan los intrusos. Se supone que le da tranquilidad. Así que el hombre saluda educadamente, se despide y sale por la puerta. Atrás quedan su mujer y los periodistas en una academia de ballet sin grandes sorpresas: una mesa en la recepción, una sala con un par de barras horizontales y un gran espejo, y carteles de obras de danza por todas las paredes: El Cascanueces, El Lago de los Cisnes, Romeo y Julieta… Los clásicos. Mar Rodríguez, una mujer de 55 años, está nerviosa. Primero por la visita de unos desconocidos. Y después por la entrevista. ¿Qué demonios preguntarán estos? Pero luego se sienta y habla tranquilamente de su vida, una vida en la que es todo un reto encontrar algo que no sea el baile. Porque Mar siempre ha estado en danza.

Mar es la pequeña de cuatro hermanos. De niña siempre estaba bailando. En casa, en el colegio y hasta en el Club de Tenis Valencia, donde, siempre que celebraban un final de curso, la sacaban a bailar. Sus padres, una administrativa que trabajaba en un ambulatorio y un hombre de baja permanente por una enfermedad del corazón, decidieron apuntarla con ocho años al conservatorio para que aprendiera danza española. “Lo llevaba en la sangre. Estaba bailando a toda hora”, recuerda. Pero su vida cambió dos años más adelante por una casualidad. Un día que iban Mar, ya con 10 años, y su madre andando por la ciudad, pasaron por la puerta de una academia de ballet. La niña pidió entrar y ahí, al ver lo que hacían en clase, se quedó con la boca abierta. “Me di cuenta al instante de que eso era lo que yo quería hacer. Mi madre me apuntó y a la semana siguiente ya estaba haciendo ballet clásico. Allí, en la escuela de Mari Cruz Alcaraz, fue donde me formé como bailarina y profesora”.

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