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Gran Asociación, compromiso centenario desde el barrio de Velluters

  • FOTO: KIKE TABERNER

VALÈNCIA. La importancia de la industria sedera en el retrovisor de València se hace palpable en un rápido vistazo al mapa de la ciudad que decora el acceso a la exposición permanente del Colegio del Arte Mayor de la Seda: en color ocre, el barrio de Velluters, donde se agolpaban los talleres artesanales; en azul, las calles en las que se anclaban los negocios dependientes (tintoreros o torcedores, entre ellos). Ambos colores ocupan prácticamente dos tercios del plano. El resultado es una ciudad dependiente económicamente de una industria tan potente como hoy podría ser la Ford y que, en su momento álgido, aglutinó hasta tres mil telares.

María Luisa Llorens, bibliotecaria-archivera de Gran Asociación, conoce al dedillo el lento declive de la industria sedera a lo largo del siglo XIX. La envidiable situación de este motor económico comienza a dar un giro negativo, paradójicamente, a través de la modernización de los talleres. «El telar mecánico Jacquard se presenta al mundo en 1803 —recuerda Llorens— y, con su introducción, los talleres pasan de necesitar cuatro trabajadores a uno. Y en València, no había otra industria que pudiera absorber este excedente de mano de obra». Aun así, la calidad de la seda, excelente, permanece inalterable. «Los sederos valencianos se erigen como defensores de la calidad, y la seda producida en València es superior a la manufacturada en Lyon, otra gran capital sedera europea». Al tratarse de una industria focalizada en la exportación, la ciudad no genera una gran demanda interna que absorba la producción. 

La crisis de la pebrina, que afecta de lleno a la crianza del gusano de seda, supuso el descabello. María Luisa Llorens puntualiza: «Si los sederos valencianos hubieran estado en una buena posición económica habrían adquirido materia prima de fuera para seguir tejiendo, pero no fue el caso». Este declive paulatino afecta tanto a los talleres como al ecosistema que lo rodea: desde la red comercial a hiladores o carpinteros que manufacturan las máquinas. Una de las consecuencias del hundimiento en València y las localidades limítrofes del sector de la seda es el auge de la industria agrícola: las moreras son sustituidas por naranjos y buena parte del dinero generado por la seda va a parar a los cítricos. 

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