Hoy en El Senado de Alicante Plaza analizamos el uso de las víctimas, por parte de algunos sectores de la política valenciana. Además, nos adentraremos en la investidura de Juanfran Pérez Llorca, y de la actitud de Vox.
Para comprender el uso de las emociones en la política, sería interesante recomendar el libro de Manuel Arias Maldonado, con el título La democracia sentimental (Página indómita) Asistimos a la reaparición de viejos fantasmas políticos: el nacionalismo, la xenofobia, el populismo… Se trata de movimientos de introversión agresiva caracterizados por la búsqueda de un chivo expiatorio y por el predominio de las emociones sobre la razón. El resultado: una amalgama de pasiones muy distinta de la esfera pública sosegada que los ilustrados soñaron como fundamento para nuestras democracias representativas.
Al mismo tiempo, se ha hecho visible un giro afectivo en las ciencias sociales y las humanidades. Como consecuencia de los avances en el estudio del cerebro, se otorga un papel cada vez mayor a los afectos en nuestros procesos de percepción, cognición y decisión. Y, si bien las noticias que suministran los distintos saberes humanos no son definitivas, las neurociencias parecen indicar que nuestra soberanía individual es menor de lo que creíamos.Así pues, ¿somos individuos políticamente racionales o más bien ciudadanos sentimentales? ¿Pueden explicarse los problemas de la democracia contemporánea como un efecto del peso de las emociones en el proceso político y la vida social? ¿O hay que rescatar a los afectos de su descrédito tradicional e integrarlos en una concepción más realista del ser humano? En este exhaustivo trabajo, Manuel Arias Maldonado se enfrenta al desafío de arrojar luz sobre la cuestión. Con un enfoque admirablemente multidisciplinar, el autor plantea la necesidad de una reformulación de la autonomía individual y la defensa de una sociedad abierta en la que sujetos más sofisticados puedan gestionar reflexivamente sus propias emociones. Sin duda, somos demasiado humanos para lograrlo del todo, pero seríamos menos que humanos si dejáramos de intentarlo.
Del mismo autor, es interesante (Pos)verdad y democracia (Página indómita). El vínculo entre verdad y política ha ganado un inesperado protagonismo en los últimos años. Se postula una tesis inquietante: en el marco de una conversación pública desordenada en la que surgen nuevas formas de comunicación, los ciudadanos han perdido la capacidad de discernir la verdad de la mentira. Hablamos así de posverdad para designar un estadio de la cultura donde los hechos no cuentan y la verdad ya no juega su papel tradicional; de ahí fenómenos como las fake news o la polarización grupal. Nada de esto puede entenderse sin el impacto de unas tecnologías digitales que han transformado el espacio público, facilitando el ascenso del populismo y la sentimentalización de la política. A nadie puede extrañar que nuestras democracias sufran una erosión iliberal que amenaza con reducirlas a la condición de autocracias electorales. Pero conviene no adherirse de manera irreflexiva a este diagnóstico. Porque no está claro que la posverdad sea lo que se dice que es, ni está demostrado que las redes sociales socaven la conversación pública. Verdad y política se relacionan de manera intrincada, hasta el punto de que no sabemos qué lugar debe (o puede) ocupar la primera en una democracia liberal. Si abrazar una concepción fuerte de la verdad puede dificultar la convivencia y poner en riesgo el pluralismo, conformarnos con el relativismo conduce a la toma de malas decisiones colectivas y abre la puerta al gobierno de los demagogos. ¿Qué hacer? En este libro, Manuel Arias Maldonado arroja una mirada nueva sobre este viejo dilema, empleando categorías originales y rehuyendo los lugares comunes sin incurrir en el alarmismo ni caer en la complacencia.