Cultura

Ramón Palomar, el observador incisivo

  • Ramón Palomar. Foto: DANIEL-GARCÍA SALA

VALÈNCIA. Hay monstruos que se ganan la simpatía del lector o del espectador. Seres ajenos a la moral convencional que están en las películas, las series de televisión y los libros. Uno de ellos, Ventura Borrás, es el protagonista de la última novela de Ramón Palomar, el también hoy  conductor del programa Abierto a mediodía (99.9 Plaza Radio). Un legionario, que resulta cualquier cosa menos un héroe, es el sujeto que tira de la historia contada en El novio de la muerte. «Siempre me han gustado mucho este tipo de personajes, los advenedizos, su manera de actuar, los motivos por los cuales son así», cuenta Palomar en su casa, situada en un amplio ático de la zona de l’Eixample valenciano, la zona en la que ha vivido desde niño. Las paredes están llenas de libros, hay fetiches y recuerdos en todos los rincones, láminas de amigos como Paco Roca y creaciones de H. R. Giger. «Está el ejemplo de Toni Soprano —prosigue—, un monstruo al que acabas comprendiendo. Es un auténtico cabrón, pero le coges cariño. En la literatura clásica abundan ese tipo de seres. Están en la obra de Quevedo, Lope, Cervantes, incluso el mismísimo Homero. ¿Y por qué motivo nos gustan estos personajes? Creo que se debe a nuestra atracción natural hacia las zonas oscuras. Nos atrae su ausencia de escrúpulos y, a la vez, el código moral que ellos mismos crean».

Desde sus inicios como columnista, a principios de los noventa, Palomar ha sido fiel a una línea y a un estilo. Nunca se casó con tendencias en alza ni se interesó por parecer moderno, en unos días en los que la pátina de modernidad era codiciada por la gente de su generación. Su imagen de rockero —pantalones negros, patillas, cazadora vaquera o de cuero— acompañaba la firma de un autor que siempre fue y sigue siendo políticamente incorrecto. Sus novelas, una trilogía que comenzó con Sesenta kilos en 2013 —traducida al francés—, que continuó con La gallera (2019) y que ahora se cierra con El novio de la muerte, también reflejan ese espíritu. «El panorama está muy dócil, muy soso, muy aburrido. Me gusta fijarme en temas en los que los demás no se fijan. Una de las obligaciones del novelista es encontrar temas originales e intentar huir de lo trillado. Usar la legión es una manera de tocar las narices. Eso sí, no estoy glorificando nada ni quiero exaltar nada. Esto es pura ficción, un invento que solamente busca que la gente lo pase bien».

El novio de la muerte se sostiene sobre algunos elementos que explican a su autor. Por ejemplo, los nexos de su protagonista con algunos de los personajes de Ferdinand Céline, el escritor favorito de Palomar. «Muerte a crédito fue el libro que más me impactó en mi adolescencia. Después vino Viaje al fin de la noche y ya no hubo retorno posible. Me enganchó ese punto ácido, amargo, esa imposibilidad para entender a sus semejantes, la capacidad para describir hasta qué punto puede ser mezquino el ser humano. Céline cambió mi manera de ver las cosas, con ese humor tan negro y esa mirada tan trágica. Leerlo fue toda una conmoción». Uno de los escenarios de su última novela también tiene ecos de una infancia que es casi una novela en sí misma. Su familia se trasladó a Tánger en 1970, cuando él tenía cuatro años. Una vivencia que lo transformó o, mejor dicho, ayudó a darle forma al adulto que terminaría siendo. El Tánger misterioso y exótico que atrajo a millonarias como Barbara Hutton, a músicos como los Rolling Stones y a escritores como Joe Orton o William Burroughs era una ciudad multicultural donde las mezquitas convivían con sinagogas e iglesias, un lugar poblado por expatriados. «Fue la parte que más disfruté escribiendo. Imagino que es algo que tenía en el subconsciente. Recuerdo algunas veces en las que mi padre vino a recogerme del colegio y dábamos paseos por la ciudad. No se me olvida la imagen de la oficina de correos con colas de hippies americanos esperando para recoger el dinero que les enviaba papá. Mi padre entonces decía: “El día de mañana, todos estos serán directivos de empresas petrolíferas”». 

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