Nos vamos a los oscuros años 80, cuando el Valencia estaba empeñado hasta las cejas y, para ilusionar a la afición, fichó a un delantero español que jugaba en Holanda. El problema es que aquel tipo parecía más una lagartija que un futbolista.
En los años 80, el fútbol español estaba en modo caza y captura de jugadores con pasaporte español que jugaban fuera del país, para sortear la norma que limitaba a dos extranjeros por equipo. Así, los cazatalentos rastreaban las ligas europeas en busca de hijos de la emigración de los 60, esos chicos que crecieron en Alemania, Suiza, Holanda o Bélgica, pero conservaban la nacionalidad española aunque nunca hubieran pisado suelo ibérico.
En 1983, el Real Madrid, en un arrebato de "vamos a tirar la casa por la ventana", soltó 200 millones de pesetas (¡un dineral en esa época!) por Juan Lozano del Anderlecht. Pero entre lesiones, noches de fiesta y caladas de marihuana, el tipo pasó sin pena ni gloria por el club. Dos años después, el Valencia decidió seguir la misma senda equivocada, trayéndose de Holanda a Manuel Sánchez Torres, un catalán que había crecido en los Países Bajos y había destacado como goleador en el Twente. El Valencia, en plena crisis económica, lo fichó por un módico precio en 1985.
La afición valencianista, que por esos tiempos adoraba cualquier fichaje extranjero, recibió a Sánchez Torres con expectación. Pero al verlo en el campo, cualquier signo de veneración se esfumó. El tipo era delgado, parecía más bajito de lo que era, y su look era una mezcla entre un protagonista de película de cine Kinki y un peluquero vengativo: melena desastrosa, patillas indefinidas y un bigote de conquistador trasnochado.
Pero lo peor no era su apariencia, sino su manera de correr. Sánchez Torres era rápido con el balón en los pies, pero tenía la rara habilidad de no correr nunca en línea recta, sino en un extraño zigzag que lo alejaba de la portería. Vamos, que corría como una lagartija. Para colmo, no le marcaba un gol a nadie. Sus únicos tantos con la camiseta del Valencia fueron en la Copa de la Liga contra el Espanyol y en un partido de liga en diciembre de 1985 contra el Hércules.
Si a su torpeza goleadora le sumamos que era atolondrado, podemos entender por qué Alfredo Di Stéfano, en una de sus frases geniales, lo describió con precisión poética: "El problema de Sánchez Torres es que Sánchez no se entiende con Torres."
El mejor partido de Sánchez Torres con el Valencia fue el último de la temporada 85-86 contra el Cádiz, en el que su equipo ganó 1-0. Una metáfora perfecta de su paso por el club: aquel encuentro fue el último del equipo en Primera División, una categoría que había perdido la jornada anterior al caer 3-0 en el Camp Nou. El público se tomó a risa su inesperada exhibición y jaleó sus jugadas con sorna. Y ya se sabe que lo peor que le puede pasar a un futbolista no es ser malo, sino dar risa.
Sorprendentemente, el Valencia no se deshizo de Sánchez Torres en su breve periplo en Segunda División, y continuó un año más en el club, aunque jugó poco, eclipsado por delanteros como Alcañiz y Jon García. Al mismo tiempo que el Valencia regresaba a Primera, Sánchez Torres volvió a la liga holandesa, buscando reencontrarse con su buena suerte. Pero ni así: jugó cinco años en tres equipos diferentes (Roda, NEC y Heracles) sin mucho éxito. Una lesión acabó con su carrera en 1993, a los 33 años, y se retiró para dedicarse al trabajo social con discapacitados y a entrenar equipos amateurs en los Países Bajos.
En Holanda, todavía lo recuerdan como un goleador. En Valencia, sin embargo, nadie se acuerda de él. Bueno, casi nadie. Aquellos que tenemos buena memoria para los futbolistas "basura" que han pasado por el Valencia, lo tenemos en nuestro Top 5 de jugadores horripilantes en la historia del club.