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dame romescu para mojar

¡Albricias, es tiempo de calçots!

  • Kike Taberner
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Dice la leyenda  que  el descubrimiento de los calçots se atribuye a Xat de Benaiges, un campesino del pueblo de Valls, Tarragona. Se cree que a finales del siglo XIX el labrador percibió que algunas cebollas de su huerto habían brotado al quedar cubiertas de tierra, las probó y concluyó que eran comestibles. En la tierra está la explicación. El nombre de calçots porque la cebolla, a medida que crece, debe ser "calzada" con tierra, es decir, debe ser cubierta para que ninguna parte quede expuesta a la intemperie. De esta forma se conserva una parte del tronco bien blanca y tierna. Esa parte que cuando conoce el calor, se endulza —bendita reacción de Maillard— y queda melosa.

Daniel Ventura i Solé, en el número del Quadern de gastronomia dedicado a este vegetal, puntualiza que estas palabras aparecen en la séptima edición del Diccionario General de la Lengua Catalana de Pompeu Fabra, es decir, que hasta 1977 no queda constancia de ellas por escrito oficial: "Calçot: Cada uno de los brotes de las cebollas blancas cultivadas especialmente para ser comidas al calor". De calçotada la definición es amplia y explica la liturgia:  "Comida de calçots hechos a la brasa, acompañados de una salsa especial (hecha con almendras, avellanas, tomate, ajo, perejil, aceite, vinagre, sal, etc.), seguida tradicionalmente de butifarras hechas a la brasa. Suele tener lugar al aire libre, en grupo; es propia de Valls y, en general, del Campo de Tarragona".

«Comer calçots es una fiesta. Una fiesta que tiene algo de salvaje. El fuego, las cantidades pantagruélicas que se asan cada vez, los dedos que van despojando las capas carbonizadas hasta quedar completamente negras, el ajetreo del calçot tratando de empaparse bien en salsa romesco, el vino que corre sin medida y ese movimiento sensual de la cebolla introduciéndose lentamente en la boca convierten el acto de comer calçots es una especie de bacanal entre sensual y gorrina a la que entregarse al menos una vez en los próximos meses», dijo, muy bien dicho, Paula Pons en este artículo de hace unos años.  La calçotada tiene sentido como acto comunitario. Su forma peculiar de ser consumidos —con las manos, sin reparos— y su potencia visual ha contribuido a hacer crecer una tradición que se imbrica en el imaginario y transciende  de los límites de la comunidad autónoma.

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