En la Comunidad Valenciana hemos vivido el último año a vueltas con la posibilidad de que el president Ximo Puig, en uso de las atribuciones de su cargo, decidiera adelantar las elecciones. A lo largo de 2018, los rumores sobre un posible adelanto electoral fueron in crescendo, sobre todo después del éxito de la moción de censura de Pedro Sánchez en el mes de mayo. Dicha decisión habría tenido un valor simbólico indudable, pues identificaría con nitidez un calendario electoral valenciano, centrado en los problemas y las propuestas de ámbito autonómico, con sus propios ritmos y lógicas. Además, naturalmente, el adelanto podría resultar beneficioso para el convocante, es decir: Ximo Puig. Las encuestas parecían favorecer una reedición del Botànic; además, en unos términos particularmente beneficiosos para el PSPV.
Pero, mientras Puig y los suyos cavilaban sobre las bondades del adelanto, otra dirigente autonómica, Susana Díaz, se les adelantó (valga la redundancia), y convocó elecciones andaluzas para el dos de diciembre. Con recordado éxito: Susana Díaz logró enterrar su carrera política (aunque ella aún no se ha percatado de ello, en apariencia), mientras la extrema derecha irrumpía en la política española con virulencia: más de un 10% de los votos, es decir: más de lo que le otorgaban las encuestas más favorables.
Así que, visto lo visto, a Puig se le quitaron las ganas de experimentar y en el Palau se resignaron a jugarse la Generalitat a la vez que el poder municipal y provincial: en las elecciones del 26 de mayo. Y en estas estábamos cuando otro dirigente de su partido, sorpresivamente, se le volvió a adelantar a Puig. En este caso, el mismísimo presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, con su convocatoria anticipada de Elecciones Generales para el día 28 de abril. Justo cuatro semanas antes que las autonómicas. Unas elecciones generales que, inevitablemente, contaminarán la campaña, la movilización y los resultados de mayo. Pero falta saber de qué manera lo harán.
Eso sí: no es aventurado pensar que el sentido del voto en las generales probablemente se vea refrendado en autonómicas, municipales y europeas. Con esta decisión, Pedro Sánchez une su destino al de los barones, y además de forma jerárquica: los barones han de dejarse la piel para intentar no sólo que Sánchez saque un buen resultado y venza en las elecciones (lo cual parece probable); sino, sobre todo, que el trío de partidos conservadores no sume una mayoría parlamentaria. Porque, si la derecha suma en abril, es previsible que la izquierda se desmovilice, aumentando y potenciando la victoria conservadora un mes después.
Aquí es donde se plantea nuevamente el dilema que Ximo Puig y el PSPV han estado acariciando durante 2018: adelantar o no adelantar. En este caso, adelantar para que coincidan las Autonómicas con las Generales. Una decisión cuya motivación no puede resultar más paradójica: si se adelanta, es sobre todo para intentar que la capacidad de arrastre de Pedro Sánchez permita conservar la Generalitat. Pero también para evitar el riesgo de que Sánchez pierda, o no gane lo suficiente, y eso perjudique las expectativas de Puig en mayo.