Entrevistas

Miquel Navarro, la fuerza de un deseo

  • Foto: DANIEL GARCÍA-SALA

VALÈNCIA. La casa de Miquel Navarro está en un sistema urbano perfectamente definido. Es la vieja morería de Mislata, la zona cero. Donde están las casas cristianas, sobre una trama ancestral. Quien mire la obra de Navarro muy por encima se sorprenderá de que un artista fascinado por la ciudad, por todos los elementos que caben en ella, viva a pocos metros de donde nació, en un entorno con una personalidad agrícola que, todavía ahora, se sospecha. La Mislata del primer Navarro apenas tenía 1.500 habitantes. Ochenta años después son 45.000 y su municipio resulta un continuo de la ‘Gran València’. 

En cambio, si se mira de cerca al escultor, las piezas encajan y se entiende a la primera qué hace un artista de vocación muy urbana en unas calles definidas por la vida anterior.

Basta con tomar de la mano al Miquel Navarro que es con el que fue. El único artista español vivo con obra en la Colección Unesco (integrante junto a Picasso, Tàpies, Miró y Chillida). El protagonista en el Guggenheim de Nueva York al despuntar los ochenta. El premio Nacional de Artes Plásticas (1986). El de Minerva paranoica en el Palacio de Cristal de Madrid. El de Fraternitat, en Barcelona. El de Miquel’s World, su mundo en el Chicago Cultural Center. El miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El del Casco industrial en Bilbao y el Andarín, en Gijón. El del Parotet y La Pantera Rosa (que no era rosa ni se llamaba así) en València. El del Mérito Cultural de la Generalitat Valenciana. El de Una urbe en tus manos de Jordania, Líbano y Taipei. El del retablo en la Catedral de Burgos. El de Boca de Luna en Bruselas y el de la expo individual en el George Pompidou: Voyage dans la ville: Sous la lune II. El del IVAM y el de l’Almassil, en la plaça Major de Mislata, donde la bienal y la fundación que llevan su nombre.

Todo ese Miquel Navarro es un presente distribuido en décadas. Y difiere lo justo con el Miquel Navarro que fue. Antes de artista, un estudiante sin recursos, un collidor, un buscavidas con afán: vivir de sus manos. Antes que Miquel Navarro, un niño a lomos del tranvía Mislata-València, atravesando bancales camino a una promesa: la ciudad. La del Micalet le impresionó más que la de Manhattan, básicamente porque fue la primera. Y desde entonces, camina en ese tranvía: en movimiento hacia la fascinación de los sistemas urbanos, pero sabiendo que ese tránsito siempre tiene billete de vuelta. Su casa, su barrio, su pueblo. 

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