En este episodio nos pillamos el DeLorean de 'Regreso al futuro' y nos vamos al Mestalla de hace 40 años, cuando el fútbol era mucho más que un partido de 11 contra 11 y la televisión no competía por ofrecer mejor asientos que la grada del coliseo valencianista
En pleno siglo XXI, la experiencia de ver fútbol en un estadio ha cambiado drásticamente. Ahora, los aficionados ven los partidos sentados en sillas cómodas durante 90 minutos, con pocas distracciones permitidas. Las medidas de seguridad y control, como la prohibición de alcohol y el reciente establecimiento de estadios libres de humo, han reducido las tradicionales experiencias que solían acompañar a los partidos, como los cigarrillos y los bocadillos. Estas restricciones han llevado a muchos a preferir ver los partidos en la televisión, donde es más cómodo y económico.
En comparación, el fútbol de hace unas décadas era una experiencia mucho más vivencial y social. Los aficionados podían llevar sus propios bocadillos y bebidas, y disfrutar de una comida durante el partido. La prohibición actual de entrar con alimentos y bebidas propias, junto con los elevados precios dentro de los estadios, contrasta fuertemente con esta práctica pasada. El fútbol no era solo sobre el juego en sí, sino también sobre la convivencia y las tradiciones compartidas en las gradas.
En aquellos tiempos, los aficionados disfrutaban de sus bocadillos, botas de vino y cervezas mientras socializaban con los demás. Los vendedores ambulantes ofrecían helados, brandy y cigarros puros, creando un ambiente festivo. La comida y bebida eran parte integral de la experiencia futbolística. Además, en Mestalla, las naranjas, un producto local, eran tanto un postre como una herramienta de protesta, arrojadas al campo en señal de disconformidad con los árbitros o los jugadores rivales. Este tipo de interacción, aunque caótica, formaba parte de la identidad del fútbol en Valencia.
La diversión no se limitaba solo a los adultos. Los niños también tenían sus propias golosinas, como el famoso turrón de Viena. Este enfoque en la comida y la convivencia hacía que ir al fútbol fuera una experiencia familiar y social, donde todos, desde los más pequeños hasta los mayores, encontraban algo que disfrutar. La interacción en las gradas se limitaba a los aplausos, los silbidos y las quejas al árbitro, creando un ambiente menos regulado pero más espontáneo y auténtico.
El marcador simultáneo dardo era una curiosa herramienta que permitía a los espectadores seguir el desarrollo de todos los partidos en tiempo real, mediante un sistema de códigos y colores. Aunque complicado, este sistema permitía a los aficionados estar al tanto de los resultados de otros partidos. Los goles del partido del Valencia se anunciaban en un marcador de neón, operado manualmente, añadiendo un toque humano a la experiencia.
En resumen, la evolución de la experiencia futbolística ha llevado a una mayor regulación y control en los estadios, enfocándose en la seguridad pero sacrificando gran parte de la espontaneidad y la diversión que caracterizaban los partidos en décadas pasadas. Las restricciones actuales han transformado el fútbol en una actividad más centrada en el juego en sí, alejándose de la rica cultura de convivencia y entretenimiento que solía acompañarlo. Sin embargo, es importante recordar que el fútbol es mucho más que solo el juego; es una experiencia social y cultural que trasciende el simple acto de ver un partido.