VALÈNCIA. Todo está tranquilo en la nave donde Agustín Navarro fabrica sus futbolines. Su hijo dibuja el círculo central con un rotulador blanco sobre una placa de metacrilato mientras él atornilla un jugador azulgrana a la varilla donde se colocan los dos defensas. De fondo suena la música de radio-fórmula que sale de un transistor con algo de serrín por encima. En una esquina, casi escondido, atado con una cadenita, hay un dogo argentino blanco como la nieve con una actitud muy poco feroz. Pero con ese cuello de ‘Valentino’, un cuello digno de Mike Tyson, no hacen falta ladridos para intimidar. Al lado de la radio hay una herradura colgada y, después, un mueble con muñecos antiguos.
Es el taller de Agustín Navarro, la última persona que fabrica futbolines en la Comunitat Valenciana y uno de los cuatro o cinco que quedan en toda España. El carpintero también hacía billares. Uno de los suyos está en casa de Leo Messi. Jan Oblak tiene otro. Y David Villa. Pero el hombre está solo y a sus 55 años no se ve con fuerzas para montar los billares, que son más grandes que los futbolines. Y un buen día dejó de hacerlos. Ahora vive del futbolín. Un mueble de madera con un campo de fútbol de metacrilato y ocho varillas, cuatro por equipo. Una para el portero, una para los dos defensas, otra para los tres centrocampistas y la última para los cinco delanteros. Así es el futbolín valenciano. En otros lugares es diferente, con más defensas y menos delanteros. «Pero aquí es así. Al menos en Alicante y Valencia. Porque de Sagunto para arriba ya empieza a cambiar».
Ahí dentro, en ese taller de La Pascualeta, el polígono industrial que hay en Paiporta, huele a madera. Antes era casi todo de haya, pero últimamente Agustín ha empezado a utilizar más el pino. «Desde hace ocho o diez años he cambiado. La parte de arriba se solía hacer de haya, pero ahora ya no. Ahora lo que hago es de pino, pero un pino bueno que vale más que el haya. Me traen los tablones de una medida determinada sin muchos nudos. Las patas sí son de haya, como la parte del fondo, donde golpea la bola, junto a las porterías, porque es más dura que el pino». El campo, antiguamente, se hacía de uralita. Pero ya casi no quedan de esos. Hace poco le llevaron uno al taller para que lo restaurara. Al artesano le sabía mal desechar la uralita, que le daba el sabor de lo antiguo, pero el dueño quería modernizarlo y le dejó, incluso, algunos jugadores que ahora conserva el carpintero casi como pieza de museo.