Pablo Valverde, cofundador de Crowmie, define su propuesta en una frase: «un club de inversión en infraestructura energética que permite invertir en proyectos de energía a personas de todo el mundo». El ángulo diferencial está en abrir un activo históricamente reservado a grandes fondos a perfiles minoristas, con el añadido de un rastro digital de las operaciones. «Somos más de 800 inversores de 35 países», subraya.
La tokenización es el soporte técnico, no el producto final. «Tokenizar es hacer digital un activo físico, repartirlo en partes digitales», explica. El registro en blockchain actúa como libro contable inalterable que permite trazar dónde está el dinero y cómo se mueve. El usuario, sin embargo, opera en euros y en una interfaz convencional: «no lo percibes, pero la tecnología está por detrás». La comparación que utiliza es cotidiana, como un Bizum cuyo valor es la experiencia simple, no la ingeniería que lo hace posible.
El ticket mínimo actual es de 5.000 €. Crowmie comenzó con 100 €, pero elevó el umbral al detectar desalineación entre microaportes y la complejidad del producto. «Subimos el ticket… nuestro ticket medio era 5.600 y ahora está en 13.000 €», dice Valverde, defendiendo que así entra un inversor que entiende mejor el binomio riesgo–retorno y el impacto real sobre su cartera. El objetivo no es cerrar la puerta sino asegurar que quien participa comprende lo que compra.
Uno de los puntos sensibles en este tipo de activos es la salida. Valverde detalla dos vías internas. La primera es un mercado propio en el que los inversores pueden comprar y vender participaciones entre sí «en cualquier momento». La segunda es un fondo de liquidez de Crowmie que recompra títulos «aplicando un descuento del 2% sobre los beneficios». La intención es evitar el bloqueo típico de activos con horizontes de cinco a veinte años. «Te montas el horizonte temporal que quieras… dos, cinco o quince años», resume.
Antes de publicar un proyecto, la empresa aplica un doble filtro. Por un lado, la proveniencia industrial: acuerdos con ingenierías y comercializadoras como Antania, Cox o Visalia que aportan instalaciones en estado “ready to build”. Por otro, validaciones internas legales y técnicas, y, cuando procede, revisiones con terceros. «En el último proyecto en Alemania nos hemos juntado con PwC para dar más seguridad y robustez a los análisis», apunta. Hasta la fecha, la plataforma ha financiado proyectos solares en España y Alemania y aspira a seguir escalando generación distribuida que abarate la luz a pymes y mejore la resiliencia de la red.
En regulación, Valverde encuadra a Crowmie como club de inversión amparado por el artículo 35 de la Ley del Mercado de Valores, con supervisión de contratos por una agencia de valores adscrita a la CNMV. «No somos una plataforma de financiación participativa», insiste. «Adquirimos y somos dueños de los proyectos», lo que marca otra forma de operar frente al crowdfunding clásico.
La promesa al inversor se sostiene en tres vectores. Primero, diversificación: incorporar un activo real, con flujos anclados a la generación eléctrica, a carteras que buscan alternativas a la renta tradicional. Segundo, transparencia operativa: trazabilidad de movimientos y una arquitectura que simplifica la suscripción y la eventual desinversión sin notarios ni compraventas al uso. Tercero, impacto: acelerar la financiación de instalaciones que permiten a las pymes «abaratar el coste de la luz» y a la red «estar más distribuida».
Conviene, aun así, mantener expectativas realistas. La liquidez que ofrece Crowmie es interna y dependerá de la demanda entre inversores y de la capacidad del fondo de recompra; la tokenización no elimina el riesgo del subyacente —rendimiento operativo, contrapartes, regulación—; y el mínimo de 5.000 € eleva la barrera de entrada frente a los primeros pasos de la compañía. Valverde lo sintetiza en clave de experiencia: hacer fácil lo complejo, explicar sin jerga y alinear a cada perfil con el horizonte temporal que de verdad puede asumir.
En VDS 2025, Crowmie acude más a hacer comunidad que a captar. «No es un evento para conseguir partners energéticos ni inversores… es crear comunidad y dar fuerza al ecosistema valenciano», reivindica su vínculo con Startup Valencia. La hoja de ruta pasa por seguir seleccionando proyectos con filtros exigentes, ampliar base en Europa y sostener la promesa de una inversión en renovables que sea, a la vez, entendible, medible y desinvertible cuando el inversor lo necesite.